Capítulo I

Tema: Capítulo I Dom Jul 27, 2008 12:37 am

Capítulo I.

Tablero para tres, por favor.

La noche permanecía tan tranquila como la anterior, los jugadores apenas desaparecido el sol, ya habían tomado sus posiciones, cada uno en la misma silla victoriana con un respaldo dos veces más grande que ellos, acolchonada con almohadones de seda rojiza y motivos góticos que se lucían un color opaco, como desgastado o pútrido, debido más que nada al paso del tiempo, unas sillas que habían presenciado a varios sentarse a jugar la misma partida, y a tantos muertos como personas se sentaron en ellas.

Estaban preparados para jugar, encendieron la tenue luz que iluminaría únicamente el tablero, por cuestiones de seguridad, entre ambos pusieron las correspondientes trabas a las puertas, ni siquiera el hombre (o vástago), más fuerte de todos podría traspasar la enorme puerta de roble revestida con una capa de barniz que la hacía brillar con la más leve iluminación, y que las gárgolas y otras criaturas fantásticas dibujadas en ellas podrían hacer retroceder a cualquier criatura con más corazón que cualquier león.

Luego del chirrido de murciélago que emitió la puerta al ser cerrada, sólo se escucharon dos pares de suelas moviéndose casi simultáneamente en dirección a la única zona iluminada, el silencio era tal que no se escuchaba si quiera la brisa entrando a través de las apolilladas cortinas, tal silencio que si ponías atención, podías escuchar el vago y casi inaudible sonido de las pisadas de las cucarachas moviéndose por las mohosas paredes.

Las sillas se quejaron casi tanto como la puerta al tener que volver a soportar el peso de los inmortales una noche más, sabían que a ellos no les afectaba el paso del tiempo, pero para ellas era algo diferente porque sí podían sentir el tiempo deteriorándolas, aunque estuviesen fuera del tiempo, sus corazones no lo estaban, y a medida que jugaban más, se volvían más inhumanos, y el propio juego comenzaba a robarles el corazón, el alma y la poca humanidad que podría quedarles, no era sólo un juego mortal, era un parásito.

Durante la ultima sesión, el anciano había realizado el movimiento que dejó todo en empate, así que al sentarse el mismo entrecruzó los dedos y quedó fijamente concentrado en el tablero, como si su vida consistiese en no quitarle la vista de encima, el joven estaba meditabundo nuevamente respecto a sus movimientos, el anciano conocía ése silencio, era el silencio que le hacía esperar lo inesperado, quizás el joven daría un revés a sus movimientos y volvería a equilibrar la balanza a su favor, se dispuso a acercar la mano lentamente al tablero, la misma mano grisácea con venas de tono sobrenatural y uñas negruzcas.

Cuando cayó con brusquedad a la mitad del tablero, adonde se encontraban todos los peones ahora, separados por una única y solitaria casilla, un filo tan resplandeciente como la luna de verano y tan frío como el viento de las montañas más altas, que con la velocidad de un zorro separó en un estallido de sangre, dolor y un grito la mano del joven que estaba por mover, la tomo con objetividad, sin siquiera mancharse, muchas fichas cayeron con la sangre que salía con una presión impresionante, mientras otras siguieron en pie, pero totalmente ensangrentadas, el filo del arma cortante quedó incrustado en el tablero, el mango era sostenido por una mano envuelta en cuero, un cuero negro que brillaba con la fuerza de las plumas de un cuervo, su rostro se ocultaba tras las sombras y con la voz rasgada murmuró:

- Yo soy quién me encargaré de que no vuelvan a jugar con éste tablero…